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Historia |
Centro geográfico
de un extenso territorio, con importantes recursos agrícolas y ganaderos, la ciudad
de Cuenca, por su estratégica situación entre las hoces del Júcar y el Huécar,
debió ser lugar habitado y fortificado en la antigua Celtiberia. Toda la actual provincia de Cuenca, además de otros territorios fronterizos que antaño le pertenecieron, experimentó una rápida romanización. De su pertenencia al imperio han quedado abundantes huellas, especialmente en Segóbriga, una de las urbes romanas más importantes, junto a Ercávica y Valeria. De Cuenca se sabe que allá por el 711 fue dominada por los musulmanes, a raíz de la conquista de Toledo por Tarik ben Zeyak. Hacia el 1011, Ismail beni Dilnún, señor de Uclés, toma Cuenca y la convierte en capital del distrito, que pasa a llamarse desde entonces cora de Kunka. Además de sus defensas naturales, la ciudad es amurallada y fortificada; crece en ella la población y florece la industria textil -especialmente alfombras, que alcanzaron gran prestigio aún después de la conquista- y un importante taller de marfiles, impulsado por artistas cordobeses refugiados allí tras la caída del califato. Casi un siglo duró la conquista de la tierra conquense por los reyes cristianos, hasta que Alfonso VIII le da un nuevo impulso a la conquista, y en 1177 toma la soberbia fortaleza árabe, erguida y majestuosa sobre las vegas de sus dos ríos. Durante los siglos XII y XIII, la ciudad de Cuenca, en la que también se asienta la Orden de Santiago, vive momentos de esplendor gracias a la fertilidad de las vegas, su riqueza ganadera y la floreciente industria textil. Aún durante el siglo XV, superadas ya las grandes calamidades que la peste trajo en la centuria anterior, Cuenca mantuvo su buena situación política y económica. Sin embargo, a partir del XVI se inicia un declive que corre paralelo con el de otras grandes ciudades castellanas, que vieron frenado su crecimiento en beneficio de la periferia y de las veleidades imperiales de la monarquía. Como en otras provincias del interior, los enfrentamientos bélicos de los siglos XVIII y XIX -guerras de Sucesión y de la Independencia, revoluciones liberales, etc.- contribuyen al declive de la ciudad, que sólo empezará a ver la luz ya en este siglo cuando, tras el paréntesis trágico de la guerra civil y la dura postguerra, se inicie un proceso de industrialización y revitalización del comercio. |